El estudio de los componentes étnicos que dan origen a la nación cubana contemporánea constituye un necesario marco de referencia para conocer la significación y alcance del presente Atlas, ya que las principales manifestaciones de la cultura material y espiritual de Cuba están estrechamente vinculadas con el proceso histórico del poblamiento desde la época colonial, debido a los complejos nexos entre los componentes étnicos originarios y la posterior formación del etnos-nación, hasta su actual fase de consolidación.
La mayor parte de las investigaciones sobre la población de Cuba ha estado concebida desde el punto de vista, principalmente, demográfico en su visión global, con aisladas referencias a los componentes étnicos antecedentes, pero con repetidas confusiones de lo étnico con lo racial.
El estudio de la composición étnica abarca el enfoque sincrónico-diacrónico (histórico, geográfico y demográfico) del poblamiento aborigen, hispánico, africano, chino-filipino y antillano; de otros lugares de América, Europa y Asia, así como el más importante de todos: el poblamiento cubano; es decir, la base humana que constituye hoy el principal componente étnico de la nación.
En relación con los componentes hispánicos, en su sentido geográfico y metaétnico, o sea, lo referente a España peninsular e insular y los principales pueblos que la habitan, el español es el mayoritario y ocupa históricamente el área Norte, Centro y Sur, en las regiones de Asturias, Castilla (la Vieja y la Nueva), León, Extremadura, Aragón, Andalucía, Murcia, así como parte de Valencia y Navarra, con independencia de las particularidades regionales. El catalán habita el área nororiental, en las regiones de Cataluña, la mayor parte de Valencia, las Islas Baleares y un grupo poco numeroso en Aragón. Los gallegos habitan el área Noroeste de España, en la región histórica de Galicia y otros grupos menos numerosos en las áreas vecinas de Asturias y León. Los vascos habitan en el Norte, en el área occidental de Los Pirineos, en el territorio de las actuales provincias vascongadas (Alava, Guipúzcua y Vizcaya), así como la mayor parte de Navarra y parte del extremo Sur de Francia. Los canarios, cuya etnogénesis ha sido el resultado de complejos procesos migratorios, de múltiples influjos culturales del Norte de Africa y de Europa Mediterránea, habitan las siete islas mayores que se encuentran en la parte noroccidental del continente africano (Hierro, La Palma, Gomera, Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote).
En relación con los componentes africanos, nos referimos a los grupos humanos procedentes del Africa occidental subsaharana durante la trata esclavista, pertenecientes a múltiples etnias, vinculadas en el habla con la familia Nigero-cordófana, que en Cuba son conocidas mediante diversas denominaciones metaétnicas (arará, carabalí, congo, gangá, lucumí, mandinga, mina y otras), relacionadas con topónimos e hidrónimos de sus lugares de asentamiento, captura, concentración y venta, que, a su vez, abarcan diversos etnónimos y denominaciones étnicas.
En relación con los componentes chino-filipinos, nos referimos a los pueblos del área meridional de China continental y a los inmigrantes traídos desde Filipinas, aunque estos últimos vinieron en menor cantidad.
Referente a la denominación antillanos, el peso fundamental lo tienen los inmigrantes haitianos y jamaicanos.
El criterio cuantitativo-cualitativo de los diferentes censos que se observan en el Atlas, representa una de las vías para determinar el peso demográfico y consecuentemente sociocultural de cada componente étnico antecedente, así como para distinguir el etnos-nación cubano principal (más de 98 % de toda la población actual residente en Cuba), de los pequeños grupos étnicos representantes de otros pueblos.
Por tanto, se debe distinguir el grupo étnico (pequeña parte de una etnia más numerosa que reside en el territorio, habitado por una o más etnias cuantitativamente mayores, las que constituyen un organismo etnosocial estable con aparato gubernamental y/o estatal), de la minoría étnica (etnia cuya totalidad o casi totalidad vive en su territorio de pertenencia histórica, junto a una o más etnias cuantitativamente mayores dentro del ámbito de un gobierno y/o estado). En otros contextos, estos conceptos son definidos de manera contraria.
Cuba no posee minorías étnicas, sino tantos grupos étnicos o representantes particulares de otras etnias, cuantos conjuntos de residentes permanentes viven en el país en forma de pequeñas comunidades o en familias y que, por separado, ninguno alcanza en la actualidad 1% de toda la población. Por orden alfabético, los grupos de residentes canarios, catalanes, chinos, españoles, gallegos, haitianos, jamaicanos, japoneses, vascos y otros de variada membresía poseen similares derechos civiles y laborales que el resto de la población del país, y esto ha influido favorablemente en dos tipos de procesos étnicos muy interconectados, debido a la acelerada mezcla con la población local:
- en primer lugar, se acrecienta el grado de consolidación del pueblo cubano en tanto etnos-nación, en la medida, en que no sólo crece en sí (crecimiento natural), sino que incorpora para sí los nacidos en otros pueblos y, sobre todo, sus descendientes, con independencia del éxodo emigratorio; y
- en segundo lugar, paralelamente, se acelera el proceso de asimilación natural de pequeños grupos étnicos o de sus representantes, en el etnos nacional a partir de la primera o segunda generaciones, según el grado y la intensidad de la cercanía o distancia língüístico-cultural (incluso matrimonial) del grupo o de sus individuos respecto al etnos-nación cubano.
Una de las fuentes principales para reconstruir la historia étnica de Cuba es el conjunto de censos de relativa confiabilidad, efectuados desde la etapa colonial (1774) hasta el de 1970, que recoge en su información primaria el lugar de nacimiento de las personas residentes en Cuba. Lamentablemente, el censo de 1981 no incluyó el lugar de nacimiento en su encuesta nacional e impidió dar continuidad a las investigaciones sobre esta temática. A diferencia de los indicadores de raza y ciudadanía, el lugar de nacimiento tiende a reflejar mejor que los otros la diversa composición etnorregional de procedencia o de pertenencia, pues la estrecha noción de raza está limitada al color de la piel y la ciudadanía indica sólo el status jurídico, no étnico.
Sin embargo, el lugar de nacimiento es un dato global que tampoco señala con claridad la composición étnica, pues tanto la inmigración hispánica como la africano-subsaharana --que son las principales y más estables oleadas inmigratorias tras el etnocidio aborigen-- tienen carácter multiétnico y abarcan amplios territorios de procedencia; pero, al menos, permiten concretar determinadas cifras operativas respecto al total de la población de la Isla en cada uno de los cortes censales, lo que posibilita un análisis comparativo con otras fuentes para la investigación.
Para ofrecer alternativas de solución a las diversas incógnitas sobre la etnohistoria del poblamiento, existe otra fuente, no muy estudiada, que son los archivos parroquiales, de gran utilidad para la época colonial. Su estudio muestral ha permitido caracterizar no sólo las áreas y pueblos de procedencia de las inmigraciones hispánica y africana, sino de otros lugares de América, Europa y Asia. Conjuntamente, esto hace posible medir la gran significación que tiene, desde los primeros años estudiados, la población nacida en Cuba con independencia del origen de sus progenitores.
En relación con la población aborigen, en varios archivos parroquiales aparecen registrados indios hasta muy entrado el siglo XIX --período en que la mayoría de los historiadores los dan por extinguidos--, sobre todo, los residentes en Jiguaní, Bayamo, El Caney, Baracoa y Holguín.
Al considerar la población hispánica, la información acerca de la procedencia que aparece en los archivos parroquiales es muy heterogénea, pues se encuentra registrada en la villa, comarca, pueblo, ciudad, principado o arzobispado, por lo que es necesario cotejar un gran volumen de datos para determinar tanto las regiones históricas como las etnográficas y lingüísticas, hasta deducir, según la naturalidad del residente, su pertenencia étnica. Asimismo, la correlación de la información de los archivos con los censos, y otros trabajos al respecto, permite valorar cambios cualitativos y cuantitativos en los procesos migratorios externos, así como considerar que el mayor peso demográfico de la inmigración hispánica, tanto respecto a sí como al total de la población de Cuba, no fue durante la época colonial, sino en las tres primeras décadas del siglo XX.
En la inmigración forzada desde Africa Occidental Subsaharana, los archivos parroquiales permiten corroborar que la inmensa mayoría (más de 90 %) de la población censada como negra era esclava y africana --por lo que aparece regularmente la denominación genérica o metaétnica del individuo--; y que, opuestamente, la inmensa mayoría de la población censada como mulata era libre y nacida en Cuba; lo que también se corrobora a través de la composición sexual por censos, según el color de la piel, ya que mientras la población registrada como blanca y negra presenta mayores índices de masculinidad, la población mulata es muy equilibrada en todos los cortes estadísticos. La presencia del poblamiento chino, antillano, norteamericano y otros es posible realizarlo mediante la información censal existente, así como compararlos con los resultados de otras investigaciones demográficas y etnológicas recientes, junto con determinadas estimaciones estadísticas.
Paralelamente, el poblamiento cubano constituye la resultante histórica y nueva síntesis étnica de las anteriores formas de asentamiento. Aunque la información censal permite su reconstrucción desde mediados del siglo XIX (1861), los datos que se obtienen de los diferentes archivos parroquiales posibilitan medir su alta significación estadística (primero, como población criolla o endógena) desde la etapa anterior al primer censo, efectuado en Cuba (1774), hasta el proceso formativo de la nación cubana.
Durante la etapa neocolonial, las informaciones estadísticas, que pueden servir de base para el estudio de la inmigración, se caracterizan por su dispersión y fragmentación. Así, por ejemplo, mientras el Ministerio de Hacienda asumió todos los aspectos relativos a las migraciones, el de Gobernación fue responsable del Registro Civil y el de Sanidad de las defunciones, sin que existiera un organismo rector que orientara y analizara esta actividad a nivel nacional.
Los Censos de Población, imbricados a partir de 1907 con objetivos electorales, presentan limitaciones que restringen la posibilidad de comparar y valorar la dinámica de un fenómeno, entre uno y otro período censal, a pesar de que su organización y contenido respondieron, en su inmensa mayoría, al patrón que fijaron las autoridades de ocupación militar de Estados Unidos, al realizar el Censo de 1899. La modificación de parámetros, que fueron aplicados con anterioridad, la supresión o generalización de determinados indicadores en sus tablas estadísticas y hasta las dificultades inherentes al procesamiento y publicación de algunos de ellos, conspiran contra este propósito. A pesar de estos incovenientes, los censos constituyen una fuente de obligada referencia para conocer el peso demográfico de los diferentes componentes étnicos, su distribución territorial, así como su grado de concentración o dispersión en el territorio nacional.
Otra fuente importante la constituyen las series estadísticas que, a partir de 1902, comenzara a elaborar la Secretaría de Hacienda sobre el movimiento de inmigrantes y pasajeros, lo que proporciona una visión más pormenorizada de las características de esta inmigración, a pesar de que en su clasificación también se detectan imprecisiones u omisiones entre uno u otro períodos.
Todo esto posibilita una nueva interpretación etnohistórica del poblamiento de Cuba desde sus componentes étnicos originarios hasta la población cubana contemporánea. La interacción de los factores língüístico-culturales, psicológicos, biológicos y espacio-temporales, que condicionan la formación y desarrollo de la etnicidad en cualquier grupo humano históricamente establecido, con sus rasgos comunes y en dependencia de su monto cuantitativo, se encuentra íntimamente vinculada con la creación, transmisión y transformación de la actividad, los objetos y los valores culturales, entre los que se encuentran todos los contenidos temáticos del Atlas Etnográfico.
Debido a este proceso histórico de más de medio milenio, el pueblo cubano, como sociedad contemporánea formada por más de once millones de personas, constituye una nación uniétnica y multirracial. Este hecho poco común en la etnogénesis de muchos pueblos de Africa, Asia y Europa representa una regularidad en otros pueblos nuevos de América, lo que es necesario considerar y resaltar.
Desde el punto de vista étnico, el violento impacto de la conquista hispánica desde 1510 sobre la población aruaca insular, asentada durante milenios en este Archipiélago, redujo el monto global estimado de habitantes, desde unos 112000 en el momento de su encuentro con el Viejo Continente a sólo 3 900 en 1555; es decir, 3,48% de la población inicial, en menos de medio siglo. De modo que este componente étnico no desempeñó un papel demográfico significativo al quedar en sus inicios concentrado en los reductos de Guanabacoa, La Habana, y Jiguaní y El Cobre, en las actuales provincias Granma y Santiago de Cuba, respectivamente; o disperso en áreas de difícil acceso como la parte montañosa de Guantánamo, donde aún se encuentran descendientes cubanos de muy antiguos aruacos, ya mezclados con la población local .
En la formación de la etnia cubana, fueron importantes las migraciones del área sudpeninsular e insular de España (Andalucía e Islas Canarias principalmente), durante los siglos XVI al XVIII, y las migraciones forzadas de la región occidental de Africa subsaharana (sobre todo, los pueblos bantúhablantes y, luego, los yoruba), cuya entrada masiva tiene su apogeo durante la primera mitad del siglo XIX, tras el cese “legal” de la trata esclavista. Ambos conglomerados multiétnicos, los de España (canarios, catalanes, españoles, gallegos y vascos, principalmente) y los de Africa occidental subsaharana (achanti, bacongo, bambará, fulbé, ibibio, ibo, malinqué, yoruba y muchos otros) se fusionaron tanto, por separado (interhispánicos e interafricanos) como entre ambos (hispánicoafricanos), de manera que desde el siglo XVI se va formando una población endógena no dependiente sólo de la migración externa, sino de su propia capacidad reproductiva. Tanto los componentes español-canario como bacongo-ambundo/ibo-ibibio/wolof/achanti-fanti/ewe-fon desempeñaron un significativo papel primario en la formación de un sustrato genético y cultural no aruaco que asumió su desarrollo demográfico. La presencia posterior y masiva de gallegos, catalanes, yoruba, malinqué, entre otros, amplió el espectro hispánico y subsaharano de la población, ya existente en Cuba.
Debido al estallido revolucionario de Haití, desde el último decenio del siglo XVIII hasta los primeros años del siglo XIX, se efectúa un importante flujo de inmigrantes franceses y francohaitianos --población nacida en Haití, portadora de rasgos africanos y franceses transculturados en el nuevo contexto histórico-social--, quienes se asientan sobre todo hacia la parte sudoriental de la Isla e influyen favorablemente en su desarrollo socioeconómico y cultural.
Desde mediados del siglo XIX, son incorporados al caleidoscopio étnico de la Isla diversos componentes asiáticos, procedentes en su mayoría del Sur de China y Filipinas, en calidad de contratados y, más tarde, varios miles de chinos, provenientes de California se asientan en áreas urbanas de la parte occidental de Cuba.
La convivencia de estos componentes étnicos de diverso origen, que se caracterizan por el alto índice de masculinidad y su obvia relación matrimonial con mujeres nacidas en Cuba, descendientes a su vez de los primeros inmigrantes, van generando procesos de transmisión de rasgos culturales a nivel intrageneracional e intergeneracional, condicionados por el activo papel de la madre endógena hacia sus hijos y nietos, también nacidos y educados en un nuevo medio espacio-temporal y cultural, en relación con la procedencia de los pobladores hispánicos, africanos, asiáticos o antillanos, por sólo señalar los más numerosos.
En las nuevas generaciones nacidas tempranamente en Cuba desde el siglo XVI, se van formando rasgos de etnicidad que sintetizan aportes hispánicos y/o africanos u otros, según el lugar de asentamiento y grupo social de pertenencia, que abarcan las más diversas esferas de la vida. Pero, paralelamente se generan nuevos rasgos étnicos, condicionados por el contexto espacio-temporal, aún no nacional, sino limitado, durante la época colonial o etapa formativa del etnos cubano, al área de residencia de los pobladores; ya que aún las migraciones internas no desempeñan un papel tan importante en la dinámica demográfica como las migraciones externas y, sobre todo, el crecimiento natural de la población, cuyo ritmo se hace creciente.
Rasgos como la noción de pertenencia territorial (local o regional), el uso generalizado de la lengua española con sus matices particulares en el habla y el léxico, enriquecido con múltiples topónimos, hidrónimos y otros vocablos de origen aruaco y no aruaco, así como diversos términos de procedencia subsaharana, con un alcance más limitado; rasgos culturales y sicológicos, condicionados por el tipo de actividad económico-productiva, la pertenencia socio-clasista y estrechamente relacionados con el permanente proceso de información-transmisión a nivel social, familiar e interpersonal, tuvieron una función más significativa que las diferencias bioantropológicas de los individuos en la formación de un ser étnico independiente de sus progenitores históricos.
La formación de una autoconciencia étnica que, en su desarrollo, se fusiona en el contexto cubano con la conciencia nacional, como noción y acción identificadora de este grupo humano y a la vez diferenciadora respecto a otros, tiene su eclosión en las luchas por la Independencia anticolonial (1868-1898), como resultante histórica de un movimiento global en el Continente americano, pero con rasgos particulares.
El advenimiento del siglo XX, junto con la crisis económica y demográfica, generada por la guerra de 1895-1898, y como parte de un nuevo proyecto de dependencia neocolonial en el contexto republicano, abre las puertas a la inmigración masiva, sobre todo, hispánica y antillana, en condiciones tan onerosas como el siglo pasado, especialmente, para los inmigrantes pobres que tratan de abrirse paso sólo con su mano de obra. Al mismo tiempo, la inversión creciente de capitales (en su mayoría norteamericanos) y la consecuente inmigración familiar especializada, contribuyen a perfilar la estructura socioeconómica subdesarrollada y sus múltiples implicaciones negativas en torno a la inestabilidad permanente desde el punto de vista político, económico y social. A pesar de ello, el peso cuantitativo en lo demográfico y cualitativo en lo cultural de la población cubana durante el siglo XX ha sido superior respecto a los componentes étnicos exógenos y esto ha contribuido a preservar una identidad, aunque cambiante en el tiempo, no obstante la abierta estrategia de disolución por migración durante la etapa neocolonial, tanto de extranjeros hacia Cuba como de cubanos hacia otros países.
Durante las tres primeras décadas del siglo XX, Cuba se convierte en centro receptor de una fuerte corriente migratoria. En el transcurso de esos años, arriban al país cerca de 1200000 inmigrantes, quienes influyen de forma decisiva en el crecimiento demográfico de la Isla, marcan con su impronta el desarrollo socio-económico del país y aportan elementos que, a través de un proceso creador y dinámico, enriquecen la cultura nacional, en mayor o menor escala. El factor migratorio constituye una pieza clave en los planes de reconstrucción económica que, desde el primer instante, y apenas concluido el proceso independentista, se trazan los círculos dominantes, quienes ven en su fomento y arribo, la solución pronta y eficaz a la demanda de una fuerza de trabajo que no existía en un país que, arrasado por la guerra, tiene en 1899 sólo 1 572 797 habitantes. A partir de ese momento y hasta los inicios de la década de los años treinta, su peso, composición y grado de importancia están condicionados por factores económicos y determinados, en última instancia, por los procesos de expansión o contracción que la industria azucarera experimenta a través de todo este período.
Así, mientras las leyes inmigratorias, vigentes durante la primera década de vida republicana, favorecen la llegada de una inmigración blanca --en su mayoría procedente de la España insular y peninsular--, a partir de 1913, quedan relegados al olvido las limitaciones que hasta ese momento prohibían el arribo de determinadas nacionalidades, catalogadas como “indeseables”. La expansión de la industria azucarera, en el marco coyuntural que genera la Primera Guerra Mundial y el período de post-guerra, condicionan este hecho, y el “bracero antillano” irrumpe entonces en el panorama nacional como mano de obra barata imprescindible para garantizar las extenuantes faenas agrícolas que requiere el corte de caña y la fabricación del preciado dulce.
A partir de los años veinte, se acelera el proceso de deterioro y crisis de la economía cubana. Su efecto se observa de inmediato, no tanto en el monto de la inmigración, como de su composición y distribución territorial. Por primera vez, los componentes haitiano y jamaicano superan las cifras anuales de inmigrantes procedentes de otros países, pues su presencia deviene indispensable para una política económica, destinada a depreciar los salarios y abaratar los costos de producción por esta vía.
Desde 1926, comienza a disminuir de forma ostensible el monto de la inmigración. La crisis mundial de 1929 y su impacto sobre una economía dependiente y subdesarrollada como la de Cuba, unido a la política arancelaria de Estados Unidos, provoca la disminución abrupta de su mercado azucarero con la aplicación del arancel proteccionista Hawley-Smoot y colocan al país al borde del colapso económico, lo que favorece el estallido de un proceso revolucionario y crea condiciones adversas a la inmigración. El deterioro de la economía, la disminución de la producción azucarera con la consecuente extensión del llamado “tiempo muerto” y el incremento del desempleo, conducen a que, en 1933, se decrete la repatriación forzosa de extranjeros por constituir una carga para el Estado cubano, medida que mucho afectó a los haitianos, obligados por la fuerza a regresar a su patria, sin tener en cuenta que algunos habían fundado una familia en Cuba y que otros ya tenían medios económicos para subsistir. A esta disposición se suma la Ley de Nacionalización del Trabajo, que establece la obligación de tener en toda empresa, por lo menos, 50% de obreros o empleados cubanos.
Ambas medidas, dirigidas a proteger al trabajador nativo, cierran las puertas a una inmigración económica, favorecida y estimulada hasta aquel momento, pero ahora sin posibilidades de empleo en el país, inmerso en una grave crisis socioeconómica, que adquiere, a partir de 1934, un carácter permanente con la firma de un nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial con Estados Unidos de Norteamérica y la promulgación de la Ley Costigan-Jones, o Ley de Cuota Azucarera que establece la máxima capacidad que en el futuro podrá alcanzar esta industria básica.
Durante toda esta etapa, el componente hispánico mantiene un flujo constante y mayoritario, favorecido por diversos factores. La similitud de costumbres, lengua, educación y religión, la presencia en Cuba de una poderosa colonia española, con importantes relaciones económicas y políticas, más la dispersión a todo lo largo de la Isla, de familiares, amigos, conocidos o simples coterráneos, se conjugó con una legislación inmigratoria favorable. Por otra parte, el mito de las riquezas y oportunidades de América, unido tanto a la pobreza y desempleo reinante en determinadas regiones de España como a situaciones coyunturales tal como sucedió con la guerra de Marruecos, son factores que convergen y estimulan esta inmigración hasta convertir a Cuba en el país que, después de Argentina, recepciona la mayor cantidad de inmigrantes hispánicos en este período.
En importancia numérica le siguen los componentes haitiano y jamaicano. Su concentración en las regiones azucareras y cafetaleras de las antiguas provincias de Oriente y Camagüey, el color negro de su piel, las diferencias de idioma y costumbres y las condiciones infrahumanas de vida a que son sometidos, dan un nuevo sesgo a las características de esta inmigración en el siglo XX.
Mientras que la situación del jamaicano, sin ser envidiable, resulta más favorable, por tener la protección de su Consulado, dominar el inglés y poseer un mayor nivel de instrucción, que incluye el dominio de diferentes oficios; el haitiano, en cambio, desde el inicio de la contratación en su tierra de origen, es víctima de todo género de vejaciones. En su mayoría analfabetos, aislados por la barrera casi infranqueable del idioma, hacinados en barracones, con salarios miserables pagados en fichas o vales, obligados a entregar parte de sus escasos ahorros para cancelar las deudas de su viaje y sin protección alguna, su status fue similar al del antiguo culí chino del siglo XIX.
Mas, durante estos 30 años de vida republicana, también arribaron al país otros componentes étnicos, que si empleamos el símil de Fernando Ortiz, entraron en la cazuela del “ajíaco cubano” para agitarse, entremezclarse y disgregarse en un mismo bullir social.
De una Europa convulsionada por la Primera Guerra Mundial y llena de temores e incertidumbres ante el triunfo de la Revolución de Octubre y la situación económica de la postguerra, llegan con mayor fuerza, a partir de esos años, núcleos importantes de ingleses, italianos, polacos, franceses, rusos y portugueses, sin que faltaran holandeses, lituanos, húngaros y rumanos, entre otros.
Del continente asiático, la inmigración china se mantiene como el exponente más importante, a pesar de las leyes que impiden su acceso en determinados períodos, bajo el argumento racista y xenófobo de ser portadores de taras físicas y morales, intrínsecas a su raza. También en este período, arriban en cantidades apreciables sirios, turcos, japoneses, palestinos, hindúes y hasta filipinos.
A su vez, México y Puerto Rico proporcionan el mayor número de latinoamericanos, sin que faltaran dominicanos y cantidades reducidas de inmigrantes procedentes de Centroamérica.
La inmigración desde los Estados Unidos también se mantiene, como una constante, favorecida por los mecanismos de dominación económica y política impuestos por ese país; mas, a diferencia de los restantes, se trata de una inmigración blanca, calificada, de tipo familiar, que permanece, en lo posible, como célula aislada del medio cultural circundante. Aunque, su mayor peso está, en los primeros años de la república neocolonial, condicionado por los intentos de colonización agrícola en diferentes zonas de las antiguas provincias de Camagüey, Oriente e Isla de Pinos, siempre existió en Cuba una fuerte presencia de ciudadanos norteamericanos, residentes, por lo general, en la capital y en las distintas ciudades de la Isla, así como en los territorios donde estaban sus inversiones.
En Cuba, es necesario reiterar que cuando se hace referencia a la composición étnica de la población, no debe identificarse ni confundirse con la composición racial, pues el estudio de las razas y tipos humanos abarca fundamentalmente las características bioantropológicas de los individuos en determinado contexto grupal, condicionado histórica y culturalmente. Los más recientes estudios sobre las relaciones entre raza y etnia confirman que las diferencias superan las semejanzas.
Desde el punto de vista racial, si bien la raza mongoloide, representada por los aborígenes indoamericanos, tendió a disminuir aceleradamente acorde a su desaparición física o su mezcla y asimilación por otras razas humanas, el tipo mediterráneo de la raza europoide y la raza negroide subsaharano-occidental tendieron a crecer, no sólo respecto a cada una de ellas, sino a partir del relativo equilibrio en la composición sexual de la mezcla de éstas; es decir, en la población mestiza, mulata (europoide-negroide) u otra forma de mestizaje (europoide-aborigen o negroide-aborigen), a pesar del racismo institucional y sociofamiliar existente en las relaciones humanas con un carácter público, ya que, de manera privada, las estadísticas y las actas parroquiales evidencian lo contrario.
En todos los grupos humanos de Cuba, se observan los matrimonios mixtos tanto desde el punto de vista étnico como racial. El encuentro en un nuevo medio tendió a romper la endogamia étnica de procedencia y condicionó la creación de nuevos matrimonios exogámicos a la vez que diversos círculos endogámicos con carácter territorial, como una regularidad esencial de cualquier etnos desde su fase formativa. Estos círculos endogámicos se hicieron más acentuados en las poblaciones alejadas de la costa (por ejemplo, las actuales ciudades de Sancti Spiritus, Camagüey y Holguín, cuyos matrimonios entre personas nacidas en Cuba oscilan de las tres cuartas a las ocho décimas partes, con la presencia de un número limitado de familias que se cruzan entre sí y disminuyeron relativamente en ciudades costeras como La Habana y Santiago de Cuba, por su carácter cosmopolita y su intensa actividad portuaria, generadora de un amplio tráfico mercantil y humano).
Si una población racialmente mulata fue el resultado evidente de los matrimonios mixtos hispánico-africanos, en el sentido más inmediato y superficial del mestizaje esto también sucede con la mezcla, intraeuropoide (españoles, canarios, franceses, italianos y otros), pero desde el punto de vista étnico.
La población perteneciente a la rama asiática de la raza mongoloide, representada por los culíes chinos y filipinos, así como por los comerciantes chino-californianos, fue casi exclusivamente masculina y ello influyó en su acelerado mestizaje interracial e intercultural.
La multirracialidad, inherente a la formación histórica del etnos nacional cubano, lejos de crear componentes étnicos desconectados, tendió a la formación sistémica de un conjunto concatenado de procesos étnicos unificadores de diferente alcance territorial y de variada duración cronológica.
Desde la asimilación étnica forzada hispánico-aborigen, que origina la casi extinción física de los primeros pobladores y facilita la incorporación de múltiples elementos língüístico-culturales al patrimonio cubano contemporáneo, hasta la mixación o fusión hispánico-africana --que es resultado y síntesis de diversos procesos de integración interhispánica e interafricana-- generan, al mismo tiempo, una población nacida en la Isla que tiende a reproducirse biológica y culturalmente durante varias generaciones a un ritmo más acelerado que el de las migraciones externas y resulta no sólo independiente de ella, sino deviene el componente étnico más importante.
Esto condiciona una tendencia a la consolidación étnica nacional que, en índices demográficos globales, se observa tanto a nivel del equilibrio en la composición por sexo en cuanto a la potencial reproducción biológico-cultural del etnos, como en la ubicación macrorregional de la población cubana, en relación con el relativo balance estable de la ubicación geográfica, a partir de un acelerado proceso de urbanización desde mediados del siglo XIX y del crecimiento de las migraciones internas.
Las migraciones externas de la población cubana durante el presente siglo, condicionadas por factores endógenos y exógenos, tienden a generar procesos de división étnica respecto al etnos-nación mayoritario. No obstante, el millón y medio de cubanos residentes en más de cuarenta países también son portadores directos o referenciales de diversas formas de la cultura nacional y no sólo son influidos por la lengua y la cultura de los países receptores, sino que participan con ellos en sus características socioculturales de origen.
Dr. Jesús Guanche Pérez
Dr. Ana Julia García Dally
Mapas
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Poblamiento aborigen de Cuba
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Distribución de comunidades con tradiciones paleolíticas y mesolíticas (preagroalfarero)
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Distribución de comunidades con tradiciones neolíticas incipientes (protoagroalfarero) y neolíticas (agroalfarero)
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Principales rutas de reconocimiento y colonización
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Ocupación territorial de España en América
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Regiones históricas y etnográficas de España
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Lenguas y pueblos de España
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Emigración de España a América. 1493-1600
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Emigración de España a Cuba. 1885-1895
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Muestra cronológica de la composición étnica y regional de la población hispánica en el período colonial
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Poblamiento hispánico. 1861
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Emigración de las Islas Canarias a Cuba según muestra de comendaticias. 1848-1898
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Población hispánica. 1861-1899
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Población hispánica. 1907-1970
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Regiones etnolingüísticas de África
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Principales mercados de esclavos africanos. 1448-1800
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Procedencia de los africanos introducidos en Cuba
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Poblamiento subsaharano. 1774-1841
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Poblamiento subsaharano. 1861-1899
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Población por sexo, color de la piel y condición social.
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Cofradías, cabildos, sociedades de subsaharanos y sus descendientes
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Procedencia de los inmigrantes por áreas de emisión
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Principales países emisores. Europa. 1902-1931
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América central y el Caribe. 1902-1931
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Principales imigraciones por puerto de entrada. 1902-1931
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Composición étnica de los residentes extranjeros. 1899
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Composición étnica de los residentes extranjeros. 1931
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Composición étnica de los residentes extranjeros. 1943
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Ciudadanía y color de la piel. 1899
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Ciudadanía y color de la piel. 1931
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Ciudadanía y color de la piel. 1943
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Distribución de la población extranjera. 1899
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Distribución de la población extranjera. 1931
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Distribución de la población extranjera. 1943
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Poblamiento americano
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Poblamiento cubano 1899-1981
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