Atlas etnográfico de Cuba

Cultura popular tradicional

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Los muebles y las demás piezas del ajuar de la vivienda constituyen elementos fundamentales para lograr aproximarse significativamente a la caracterización de la cultura material de cualquier conglomerado humano; no obstante, en Cuba han sido muy escasos y parciales los estudios relacionados con esta temática.

Salvo algunos trabajos referidos a la historia del mueble urbano, limitados a la descripción de piezas del mobiliario de ciertas casas solariegas coloniales y a la mención de muestras del moblaje clerical, no existía ni un solo texto dedicado al mobiliario y ajuar de la vivienda rural, antes de iniciarse las investigaciones que han posibilitado la elaboración del Atlas Etnográfico de Cuba.

Los únicos antecedentes escritos existentes se circunscribían a breves y modestas notificaciones acerca de determinados tipos de muebles y utensilios, los que, con el transcurso del tiempo, se hicieron muy populares por su antiguo y extendido uso en todo el Archipiélago cubano. Así ocurrió con las hamacas, catres, taburetes, tinajeros, catauros, guayos, jibes y jícaras. Esos apuntes, dispersos en la literatura de los cronistas de las Indias Occidentales, en libros de viajeros, crónicas de época, diarios de campaña, literatura, narraciones y artículos de costumbres, en listados de aduanas y censos, por lo general, se referían sólo a la presencia o tenencia de estos tipos de muebles y utensilios, pero carecían de valoraciones sustanciales que permitieran arribar a caracterizaciones.

Sin embargo, para un simple observador que hubiera visitado, al menos una vez en la vida, cualquier zona rural de Cuba, habría de resultar evidente que en las casas existía una interesante variedad de piezas con rasgos muy particulares, portadoras de una obvia tradición secular, la cual trascendía la huella hispana para contener, aún en los tiempos presentes, elementos de las culturas indocubanas en el ajuar menor.

De esta forma, hasta el simple conocimiento referencial de esas evidencias, la ausencia de estudios sobre ellas y el paso indetenible de los años, que siempre trae consigo pérdidas, cambios y la aparición de nuevos valores, resultaban razones suficientes para iniciar, desarrollar y concluir investigaciones, análisis y clasificaciones, las cuales dejaran constancia de ese largo y múltiple quehacer humano, contenido en el mobiliario y ajuar de la vivienda rural cubana.

Si a todo lo anterior se suman las rápidas transformaciones económicas y supraestructurales, acaecidas a partir de la década de los años sesenta en todo el territorio nacional y, consecuentemente, en las más recónditas zonas rurales, aquellas razones evidentes se convertirían en urgentes llamadas a la necesidad inmediata de captar y perpetuar, sobre todo, los valores más antiguos representados en esas numerosas piezas, para situarlas en los planos de atención que merecen en el contexto general de la cultura cubana. Y ésa ha sido, en primera instancia, la mayor pretensión de este estudio.

Debido a la multiplicidad de funciones y formas del mobiliario de la vivienda rural, durante la investigación, en la medida en que se iban recopilando datos y muestras de sus diferentes tipos y variantes, teniendo en cuenta la complejidad de un estudio general que abarcaba el moblaje de cada habitación de la vivienda, se hizo necesario establecer denominaciones generalizadoras y clasificaciones ordenatorias. A partir de esto, los muebles y utensilios del ajuar se fueron agrupando de acuerdo con sus funciones y semejanzas formales.

Los diferentes grupos de muebles y piezas del ajuar de la casa rural cubana son sencillos, sólidos y eminentemente útiles. Sobre todo, antes de 1959, era casi imposible encontrar una pieza que no tuviera una función determinada, una utilidad práctica y específica.

Se construían con materiales del entorno natural, la mayoría de las veces por los miembros de las familias o por carpinteros de las zonas, los que habían aprendido el oficio de manera empírica. De este modo, la ornamentación resultaba escasa porque primaba la necesidad del uso, de la inmediatez; pero la durabilidad de la pieza estaba garantizada por el empleo de maderas resistentes y la sabia construcción de quienes conocían que no tenían tiempo para perder, ni solvencia económica para la sustitución de piezas en plazos breves.

Al decir de los hombres y mujeres del campo, el mobiliario de la casa “se fabricaba para toda la vida”; por lo que no es extraño que muchos de estos muebles que aparecen en los mapas que siguen, hayan pertenecido a varias generaciones de una familia. Estos son los casos de muchos taburetes --a los que sólo cambiaban respaldos y asientos de cuero--, de muchos bancos, tinajeros, plateros, camas, lampareros y anaqueles de diversos usos.

Antes de 1959, el mobiliario fundamental de la casa rural se reducía a: muebles para sentarse, para dormir, mesas para preparar y servir las comidas, muebles para guardar alimentos y vasijas, tinajeros para el agua potable, lampareros para situar los utensilios del alumbrado, muebles para guardar las ropas y el imprescindible fogón (en forma de gran caja), en la habitación destinada a la cocción de los alimentos. Generalmente, encima del fogón se situaba la excusabaraja, que pendía de una viga del caballete del techo.

La función principal de este utensilio era la de mantener fuera del alcance de insectos y roedores, el recipiente que guardaba la sal, quesos o algunos alimentos procesados.

En relación con el mobiliario destinado a los niños, no obstante a que éstos compartían los beneficios del resto de las piezas de las viviendas rurales, aun en el seno de las familias de más escasos recursos económicos, siempre había una hamaquita o camita, un taburetico, un banquito, destinado a los más pequeños del hogar. Al respecto se puede añadir que aunque los testimonios de muchas partes del territorio cubano dan fe del conocimiento de la existencia de los brinquetes y los coys, estos muebles para niños se usaron con más frecuencia en algunas zonas de las provincias centrales del país y Camagüey.

Mención aparte merecen las conocidas labores de aguja, que hemos preferido llamar confecciones de uso doméstico por ser una denominación más generalizadora. Antes, y en todos los años posteriores a 1959, esta preciosa muestra del ajuar de la vivienda, junto a los complementos de los muebles para dormir, ha ocupado un lugar significativo en el contexto de la casa rural. Existen múltiples formas de hacer, decorar, de embellecer sábanas, fundas de almohadas, sobrecamas, cortinas, paños de cocina, agarraderas y otras piezas del ajuar doméstico en las que telas, hilos, pinturas, fibras, semillas e infinidad de materiales constructivos han servido para retener casi todos los elementos de la flora cubana circundante en cada región.

En relación con los numerosos utensilios usados en la casa rural cubana, tanto para los servicios de la cocina-comedor como para el aseo personal y de la casa, para guardar líquidos y sólidos, de igual modo que en los casos antes señalados, se requerirían los análisis de estudios monográficos específicos que no son, por supuesto, los objetivos de estas líneas preliminares en esta temática.

No obstante, es imprescindible destacar la coexistencia armónica de viejos utensilios tradicionales con los elementos introducidos en las últimas décadas.

A veces, al lado de una batidora eléctrica se mantiene, en su sabio y natural equilibrio, una jícara de güira para tomar café “colado en la bolsa del payaso o colador, porque sabe mejor”. De algún clavo puede pender un jibe tejido con yarey en espera de ser usado para cernir harina de maíz o fécula de yuca. Y así, podemos encontrar en los patios: palanganeros, escobas de palmiche y catauros con agua. Hasta hoy, bien pueden existir esos jibes, jícaras y catauros, muestras de nuestros antepasados aborígenes, junto con ollas arroceras eléctricas y hasta con el televisor a color, ubicado en la sala.

Esa comunión feliz comenzó a producirse a partir de la década de los años sesenta de este siglo, como natural consecuencia de las transformaciones revolucionarias en el campo, las que se reflejaron en todos los renglones de la vida cotidiana y, por supuesto, en la vivienda, su mobiliario y ajuar. Un lugar significativo, en este sentido, le corresponde a la creación de las Cooperativas de Producción Agropecuaria y con ellas la construcción de novedosas comunidades y viviendas.

Como es de suponer, los cambios en el moblaje se produjeron también de manera paulatina y como ocurrió con el ajuar, durante mucho tiempo han coexistido antiguos y nuevos elementos en una casa, zona o región. En los momentos en que se realizó la investigación, se podían encontrar en el interior de una vivienda los llamados juegos de sala de maderas, casi siempre preciosas, y pajillas o rejillas, con una función, la mayoría de las veces, ornamental; así como los antiguos y cómodos taburetes que, ahora, relegados a las habitaciones interiores y, sobre todo, a las cocinas de las casas, continúan siendo, sin embargo, los muebles preferidos por los hombres para el habitual descanso vespertino, después de concluidas las labores agrícolas, pecuarias o agroindustriales.

De igual modo, los novedosos juegos de comedor con vitrinas y aparadores de maderas y cristales aún no habían logrado desplazar los loceros ni la larga mesa de madera en blanco, una y mil veces cepillada, ni los bancos o banquetas, en los cuales, en un ceremonial secular inalterable, las familias campesinas siempre se sentaban para consumir sus alimentos.

Otro fue el destino de los enormes fogones de leña o carbón y sus excusabarajas, una vez que las familias rurales se instalaban en nuevas viviendas de mampostería o prefabricados. En la cocina, una larga meseta de losetas, con fregadero metálico --que sustituyó a los fregaderos de ventana o tollas--, contenía un nuevo artefacto: la cocina de luz brillante o kerosene. El ingreso de este manuable instrumento metálico, poco a poco fue ocupando el puesto de los fogones de leña o carbón que, en realidad, resultaban inadecuados en las viviendas de nuevo tipo. La llegada de la energía eléctrica a la gran mayoría de las zonas rurales cubanas y, con ella, el ingreso del refrigerador o nevera al ajuar doméstico, fue la causa de la sustitución paulatina de la tinaja y, por ende, del tradicional tinajero. Igualmente sucedió con los utensilios del alumbrado interior y con los lampareros.

Son muchos y relevantes los cambios que podrían anotarse en relación con los elementos de la casa rural, pero, en estas breves líneas, resulta imposible referirnos a todos.

No obstante, pueden precisarse algunos elementos generalizadores. De acuerdo con sus rasgos más universales, el mobiliario rural tradicional se ha caracterizado por: su sencillez formal; su construcción artesanal; el empleo de materiales constructivos del entorno natural; ser un mobiliario básico de elementos necesarios y útiles, y por sus formas y características fundamentales, en las que se encuentran rasgos comunes al resto del mundo iberoamericano, el mundo indoeuropeo y de otras influencias vinculadas a las procedencias étnicas que desde tiempos muy tempranos participaron en la formación de la cultura cubana.

En relación con este último punto, debe destacarse que independientemente de las denominaciones que puedan tener algunas piezas, debido a variantes léxicas regionales, como ocurre con los vaseros, llamados en algunas zonas jarreros, en otras loceros y/o plateros, las características formales y el destino útil de estos muebles son similares a los utilizados en cualquier casa rural de otras latitudes. Esto igualmente puede señalarse para todas las familias o tipologías de piezas. Por esas razones, las denominaciones para cada grupo de muebles fueron convenidas a partir de los nombres más populares en todo el territorio nacional o de acuerdo con las normas más generales del habla popular cubana.

Los llamados asientos de guaniquiqui, sin dudas, son un precioso testimonio del aporte de otros pueblos caribeños a nuestra cultura material. Según muchos criterios, se originó, prosperó y echó raíces sólo en aquellas zonas de Cuba donde fue muy fuerte la presencia de los braceros antillanos (de habla inglesa y francesa), llegados a nuestras costas, como fuerza de trabajo en los primeros años de este siglo, para participar en las labores de la industria azucarera. Con anterioridad, según numerosas referencias orales y escritas, el empleo de los bejucos de guaniquiqui o guaniquí --combinados generalmente con macusey--, se restringía a trabajos menores de cestería. Así, como puede ser observado en el mapa referido a este tipo de mueble, su mayor frecuencia de aparición se encuentra en las provincias que tuvieron una pujante manifestación antillana. En el resto del país, la evidencia de este tipo de muebles casi siempre se halla vinculada a una familia haitiana, jamaicana o barbadense, a sus descendientes o a personas que aprendieron su facturación con aquéllos.

El uso de los muebles y asientos de guaniquiqui se ha generalizado porque, entre otras razones, debido a su belleza, ha aumentado su producción y su presencia no resulta extraña en los vestíbulos de hoteles o en las salas de algunas viviendas urbanas.

Por último, es menester destacar la elaboración ornamental de los tinajeros, existentes en las viviendas de campesinos inmigrantes de Islas Canarias y Castilla la Vieja o sus descendientes. Debido a esas particularidades, esas molduras pueden estar muy vinculadas a tales antecedentes etnoculturales.

De esta primera aproximación al estudio del mobiliario y ajuar de la vivienda rural cubana, se derivan las siguientes conclusiones:

Independientemente de la situación económica familiar, en todas las zonas rurales de Cuba ha existido una fuerte tradición artesanal, vinculada a la fabricación del mobiliario y ajuar de la vivienda rural.

La existencia de ese mobiliario y ajuar doméstico en las zonas rurales cubanas, denota un orden interior que caracteriza un modo de vida orgánico y coherente y revela la existencia de sólidas raíces culturales bien definidas y trascendentes, con independencia de las transformaciones paulatinas o repentinas que puedan operarse en cualquier aspecto de la cultura material.

Las muestras son evidentes. El ordenamiento de un modo de vida cultural tradicional continúa.

Lic. Nancy Pérez Rodríguez

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